Hace una hora que
me lluevo a brevísimos intervalos, casi sin descanso.
El agua que me
escurro destila cosas que no sé
a ritmo regular:
un ojo primero y después el otro:
en ellos también
la tarde se expande y se contrae.
Cada tanto me
quedo sin aire,
y tengo que abrir
la boca de golpe
para sorber el
aire rancio de mi tristeza.
Es un círculo,
así: exhalo e inhalo el dolor que libero. Soy eso: una esponja. Amarilla, ahuecada,
porosísima, permeable. Me exprimo para vaciarme y vuelvo a chupar mi agua
salada.
Grito en silencio
que es siempre la forma más ridícula de gritar
y también la
única.
Acá, acá: hago el
gesto excesivo de volver el destino en mi contra.
Todo se puebla de
voces:
Unas imágenes se
agolpan en mi cabeza y busco con qué reemplazarlas. Me voy pero llego otra vez
y en el medio del murmullo: un vacío que sé identificar.
Le pido al mundo
lo imposible y se vuelve didáctico conmigo: me susurra hacia dónde volver los
ojos. En mi desesperación, miope y llena de agua la visión, me choco con los
artefactos del pasado y maldigo lo inmenso de este cuerpo.
Limitada y corva,
vuelvo los ojos sobre ese vacío que
habla: una voz muda. Delimito el
espacio que se abre frente a mí y reconstruyo en él con retacitos de memoria y polvo
palabras que ya no escucho.
*
¿Cómo construir sobre
un terreno pantanoso? ¿Cómo desmalezar el corazón?
Muy bello como siempre, Celeste!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ceci!
EliminarY vuelvo a insistir, espero que sigas escribiendo y nunca dejes de hacerlo
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