domingo, 30 de marzo de 2014

domingo tropical








Hace una hora que me lluevo a brevísimos intervalos, casi sin descanso.
El agua que me escurro destila cosas que no sé
a ritmo regular: un ojo primero y después el otro:
en ellos también la tarde se expande y se contrae.
Cada tanto me quedo sin aire,
y tengo que abrir la boca de golpe
para sorber el aire rancio de mi tristeza.
Es un círculo, así: exhalo e inhalo el dolor que libero. Soy eso: una esponja. Amarilla, ahuecada, porosísima, permeable. Me exprimo para vaciarme y vuelvo a chupar mi agua salada.
Grito en silencio que es siempre la forma más ridícula de gritar
y también la única.
Acá, acá: hago el gesto excesivo de volver el destino en mi contra.
Todo se puebla de voces:
Unas imágenes se agolpan en mi cabeza y busco con qué reemplazarlas. Me voy pero llego otra vez y en el medio del murmullo: un vacío que sé identificar.  
Le pido al mundo lo imposible y se vuelve didáctico conmigo: me susurra hacia dónde volver los ojos. En mi desesperación, miope y llena de agua la visión, me choco con los artefactos del pasado y maldigo lo inmenso de este cuerpo.
Limitada y corva, vuelvo los ojos sobre ese  vacío que habla: una voz muda. Delimito el espacio que se abre frente a mí y reconstruyo en él con retacitos de memoria y polvo palabras que ya no escucho.

*

¿Cómo construir sobre un terreno pantanoso? ¿Cómo desmalezar el corazón?






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